El mundo mesoamericano vive su mayor etapa de creación cultural en el Período Clásico, que podemos encuadrar, en términos muy generales, entre el año 300 a.C y el 1000 de nuestra era.
Los trabajos arqueológicos permiten identificar algunos patrones de comportamiento comunes a las diferentes culturas asentadas durante este periodo en el espacio mesoamericano. Las grandes ciudades de las que se conservan vestigios que nos han permitido reconstruir algunos de los rasgos de estos pueblos se fueron levantando en las diferentes regiones: Teotihuacan en la llanura central, Monte Albán en el Valle de Oaxaca, y multitud de pequeñas ciudades-estado mayas salpicaron toda la región internándose en las tierras del Yucatán y centroamericanas.
Diosa de las 13 serpientes. Cultura Zapoteca (Oaxaca, México)
Todas estas ciudades nos muestran a sus constructores como pueblos con un gran sentido religioso y artístico, además de haber desarrollado importantes conocimientos matemáticos y astronómicos, que les permitieron elaborar dos complejos calendarios, uno de carácter ritual basado en ciclos lunares, y otro solar de 365 días, de gran perfección.
Estamos hablando de pueblos numerosos, con lenguas diferentes, aunque muchos de ellos estaban emparentados. Su base económica era la explotación agrícola. Una elite, residente en los centros urbanos, controlaba la producción y distribución de los productos del trabajo de las comunidades campesinas asentadas en el área de influencia del centro ceremonial. En el caso de Teotihuacan, esa elite fue capaz de articular la mayor red de intercambios de la región mesoamericana.
Todos estos pueblos tenían una particular visión del universo regido por los dioses de su panteón. Destacaba en el mismo el dios de la lluvia, que recibe diferentes nombres, según el pueblo que le invoque (Tlaloc, Chaac, Cocijo...). Igualmente tenía un papel preponderante la figura del héroe civilizador, a veces identificado con una divinidad, Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, que adoptará asimismo diversos nombres y atributos.
Dentro de la vida religiosa se encuadran muy variadas ceremonias. Y no es la menos frecuente la que se tiene que ver con la ofrenda de sacrificios de toda especie, incluida la de seres humanos. Las excavaciones realizadas en diferentes lugares permiten afirmar cada vez con más datos, la existencia de este tipo de celebraciones. Los frescos mayas de la ciudad de Bonampak reflejan con toda la expresividad posible la realización de sacrificios humanos en el marco de los enfrentamientos bélicos. Igualmente, las excavaciones más recientes en la Pirámide de la Luna, en Teotihuacan, han permitido a los arqueólogos confirmar la existencia de estos ceremoniales por la presencia de cabezas decapitadas y restos de guerreros o mandatarios extranjeros, junto con los de aves y reptiles.
La organización espacial de las ciudades se realizaba en torno a los centros ceremoniales: conjuntos urbanísticos en los que se alojaba la élite y se levantaban los templos. También albergaban comunidades de trabajadores urbanos dedicados a diversos quehaceres artesanos. El elemento constructivo dominante es la pirámide escalonada sobre la que se erigía el templo (reservado a los sacerdotes, mientras que el pueblo contemplaba las ceremonias desde las amplias plazas).
Estos centros ceremoniales llegaron a adquirir grandes dimensiones. En Teotihuacan se calcula que vivieron en su época de mayor esplendor cerca de 200.000 personas. Los centros mayas, situados algunos de ellos en lugares que hoy nos parecen inverosímiles en plena selva tropical, vivieron momentos de esplendor pero fueron siendo paulatinamente abandonados, mientras surgían otros a veces a grandes distancias.
Dentro de la estructura de los centros ceremoniales también tuvieron protagonismo los espacios dedicados al Juego de Pelota, competición ritual practicada con distintas variantes en la región. Aunque se conservan numerosas representaciones de esta práctica deportivo-ritual, en ninguna de ellas aparecen mujeres participando. Este dato nos permite asegurar que era una actividad exclusivamente masculina. Y esta idea nos permite generalizar tal afirmación a otras prácticas de carácter social, religioso y político, que al menos aparentemente excluían a la mujer de su protagonismo.
En cualquier caso, las fuentes iconográficas nos presentan pocos datos acerca de las mujeres en la vida de estas culturas. Precisamente esa ausencia nos permite concluir que no tuvieron demasiada importancia en las organizaciones de gobernantes, ni siquiera en las prácticas religiosas. Como veremos, en el mundo maya no siempre fue así. En cambio, en la organización de la vida doméstica y cotidiana, al margen de esas elites, sí debieron jugar su importancia, realizando tareas vinculadas con la agricultura y con el comercio.
Sabemos que el último de los grandes desarrollos políticos en la región, la confederación azteca, innovó poco con respecto a las prácticas culturales de estos pueblos. Por eso el estudio de los comportamientos femeninos en esta civilización nos permiten acercarnos a realidades que sin duda se dieron en las culturas anteriores, aunque las huellas artísticas o documentales que nos dejaron estas últimas sean bastante imprecisas.
A mediados del siglo VII d.C. se produjo una fuerte y repentina decadencia de la ciudad de Teotihuacan. Esta caída afectó a todas las poblaciones de la región, aunque muchas de ellas pudieron recuperarse y mantenerse aún durante decenios. Pero fue el siglo IX el que contempló el definitivo derrumbe del mundo clásico en Mesoamérica. Será en las últimas décadas de este siglo cuando cese por completo la actividad constructiva de los grandes centros, y estos sean abandonados.
La cultura maya, sin embargo, no desapareció. Los rasgos que durante la época clásica caracterizaron a estos pueblos que compartían una lengua y un determinado sentido artístico, reaparecen , evolucionados, en la península del Yucatán. Por eso los españoles aún pudieron ser testigos de las formas de vida propias de la civilización maya. Y precisamente uno de los misioneros que trabajaron en la península del Yucatán Fray Diego de Landa, es el autor que dejó un testimonio escrito más preciso acerca de este pueblo. Serán las páginas de su crónica, Relación de las cosas del Yucatán, la que nos ha permitido conocer usos domésticos y algunas actividades directamente vinculadas a la mujer en este ámbito.